HIJOS, NUESTROS NO TANTO
Bien
porque somos hijo, bien porque los tenemos, el significado “hijo”
está presente en nuestra vida. Hijo, ser entrañable por los que
daríamos la vida.
Algo
en nuestro cerebro nos orienta a valorar más nuestra descendencia
que a nosotros mismos. La especie prima. Nosotros lo racionalizamos y
lo traducimos a “los quiero más que a mí mismo”. Nuestro
cerebro, como el de tantas otras especies, vino programado para la
supervivencia de la especie.
Dejamos
de hacer, de ser, de tener, de muchas y tantas cosas por ellos,
sintiéndonos bien, sintiéndonos correspondidos con sus mimos y sus
abrazos y sus “mi papá es el mejor” “mamá te quiero”, que
cuando aprendemos que los hijos son, eran (siempre lo fueron) del
mundo y para el mundo, vivimos un duelo. Y como todos los duelos hay
que elaborarlo, aceptarlo y superarlo.
Que
hayamos hecho caso a nuestro cerebro cuidando y protegiendo a
nuestros hijos con todo lo que estaba a nuestro alcance, “incluso
dando mi vida si hubiese sido necesario”, no significa que nos
pertenezcan, que seamos sus dueños. Precisamente era eso,
protegerlos para que pudiesen subsistir por sí mismos y ser ellos
mismos.
Veo
a menudo padres sufriendo porque no entendieron ese duelo. No
aprendieron que haber sido y ser buenos padres no está reñido con
que los hijos vivan su vida ignorando tanto esfuerzo, tanta pasión y
tanto amor que ellos pusieron para criarlos. Y se siente mal. Solos,
dicen. Culpables también “no sé qué es lo que he hecho mal”.
Educar
en la libertad tiene un precio: que serán más libres. Y eso incluye
que al hacer uso de ella puedan decidir no coincidir contigo en tu
forma de ver la vida, en tus principios y por supuesto en cómo han
de satisfacer tus necesidades, incluida la del amor y cariño que
dices necesitar y no tener de ellos.
Educar
en valores tiene también otro precio. Que cuando quieres satisfacer
la necesidad que tienes de tus hijos, ves contra qué valores
atentas. No sólo les has ayudado a ser más libres, sino también
más honestos, más leales, más valientes, más orgullosos de sí
mismos. Y a veces, satisfacer nuestra necesidad incumplen alguno de
ellos.
Educar
en la opresión y dominio porque yo soy el padre, la madre, el mayor,
el que aporta los recursos, también tiene otro precio. Crecen, se
dan cuenta de ello y te devuelven la moneda. Tampoco satisfacen tus
necesidades.
Al
final, son del mundo. Y en él van a seguir (eso esperamos), cuando
nosotros ya no estemos.
La
confusión y el desánimo de muchos padres respecto a sus hijos tiene
que ver con que los hijos no satisfacen las expectativas que los
padres tenían puestas en ellos.

En
ocasiones, con ese afán de ayudar y satisfacer a nuestros hijos, les
hacemos dependientes de nosotros. El miedo a que no puedan o no
sepan, a que se equivoquen, a que sufran, nos lleva no solo a hacer
por ellos, sino a hacer lo que le competía a ellos. De ahí que
tantos padres hagan las tareas del colegio con sus hijos, las tareas
y tantas otras cosas que competen a los hijos.
No
es fácil el equilibrio. El equilibrio entre hacer lo que queremos
por nuestros hijos y al mismo tiempo cuidarnos como principal
cuidador que somos de nosotros mismos. El equilibrio entre regalar
sin esperar nada a cambio y al mismo tiempo esperar que satisfagan
nuestras necesidades. El equilibrio entre enseñarles a ser libres y
al mismo tiempo aceptar que el ejercicio de su libertad nos da menos
control sobre ellos.
Entrenarnos
en ese equilibrio y aceptarnos escorados hacia un lado u otro, según
los días, forma parte de nuestro éxito en la vida con nosotros y
con nuestros hijos. Siendo como es una tarea compleja, es también
una oportunidad de satisfacción y de complicidad preciosa y
motivadora.
Y
los equilibrios, como todos los equilibrios, son frágiles. Unos días
más que otros. Con unos hijos más que con otros. En unos padres más
que en otros. Quizá lo que más nos ayude a conseguirlo es partir de
que tendemos al equilibrio y que vivir requiere hacerlo cuando
estamos en equilibrio y también cuando intentamos conseguirlo o
recuperarlo.
Escuchar,
entender, aceptar....(sin tanto querer resolver.)... a nosotros en
primer lugar. Otro día hablaremos de eso.