lunes, 7 de enero de 2019


EL PRESENTE, Y CÓMO EL PASADO Y EL FUTURO LO PUEDEN MERMAR

Vivir en el presente a veces no es fácil. Con frecuencia nos situamos años o meses atrás recordando los buenos tiempos o nos situamos adelante, imaginando un futuro complicado con problemas que aún no han llegado.


El pasado

Dice Goldberg que el pasado no existe en nuestro cerebro. Cada vez que recordamos algo, cada vez que evocamos un momento, una sensación, una imagen, lo traemos al presente, lo hacemos presente. Hacerlo presente supone, en la mayoría de los casos, modificar ese recuerdo que a su vez almacenaremos modificado.

Tanto es así que historias que contamos o nos creemos de nosotros mismos, cuando pueden compararse con lo que realmente sucedió, vemos que hemos ido introduciendo modificaciones asumidas como “verdad”.


Tendemos, además, a magnificar algunos aspectos de lo que recordamos y a obviar otros. Esto es así por la relevancia que tuvieron para nosotros cuando, en aquel momento, los vivimos y por las siguientes relevancias que tuvieron cada vez que los recordamos. 

Incluido el recuerdo-reconstrucción de ahora mismo.

Comparar el presente con tiempos pasados para lamentarnos de cómo estamos es más bien una táctica para soportar mejor lo que no nos gusta de lo que ahora tenemos, vemos o sentimos. Una táctica creíble. Tan creíble que es indiscutible. Simplemente, es así, como decimos que es. Tenemos razón.

Razón para qué?. Para seguir anclados en un pasado ”mejor” que merma un presente imperfecto?

El pasado ha servido para que nos convirtamos en lo que ahora somos y actuemos teniendo en cuenta todo lo que somos.
Tan negativo es vivir en el pasado como ignorar que ha contribuido en gran manera a hacer este presente. Este. El de ahora. El ahora de cuando escribo. El ahora de cuando lees. Dos.

Muchos ahoras.

Las pérdidas de seres queridos que antaño murieron serán inútiles, peor quizá, perjudiciales, si es el dolor de las ausencias, el dolor de lo que dejamos de hacer o hicimos mal, lo que traemos a un presente en el que deseamos que su presencia estuviese aquí ahora.


Sólo si nos desprendemos de esa necesidad de tener lo que no tenemos, de esa necesidad de poseer lo que ya perdimos, de anhelar lo que recibíamos, dejaremos que el presente fluya siendo lo que es: este momento. Éste.

No es fácil desprenderse de recordar y revivir momentos mejores, almacenados en nuestro cerebro. No es fácil dejar que sean lo que son: nuestra historia, nuestras experiencias pasadas, nuestro patrimonio para este presente. Solemos querer que sean más. Solemos querer que vuelan a ser. Que vengan a mejorar el ahora.

Suerte que los tuvimos. Ahora el momento es éste y si lo mermamos porque no es como debería ser, o no tiene lo que tendría que tener, perdemos parte de lo que podemos hacer y sentir ahora. Solo ahora.

Da igual lo que haya sucedido en el pasado. Ya ha sucedido. Y sólo ha servido para ponernos aquí en este lo que somos ahora. Es desde este ahora desde donde fluimos, vivimos, hacemos, sentimos. Añadirle pasado al presente lo aparta de su objetivo: este momento, el presente.




El futuro

Tenemos planes, objetivos, ilusiones, metas, ideas de futuro o futuros hacia donde nos movemos desde el presente. Esto le da sentido de continuidad a la sucesión de momentos y valor a cada uno de ellos en cuanto contribuyen a crear ese futuro.

De lo que no solemos ser conscientes es de que esos planes, objetivos, ilusiones,ideas de futuro son presente. Existen ahora porque los estamos creando en nuestro cerebro. Son ahora.

Si nos agarramos a ellos como razón de ser para vivir, nos iremos de este momento porque nos transportarán a ese futuro que imaginamos. Y que sólo lo imaginamos.
Disfrutar imaginando es una buena forma de disfrutar, siempre que estemos seguros de que estamos imaginando. 

Es como ver una película futurista de ciencia ficción. La disfrutamos porque sabemos que es ficción, ficción ingeniosa, inteligente, linda o entretenida, pero ficción. Si en la vida no detectamos la ficción en la que nos ponemos cuando pensamos en el futuro, estamos creyendo que la película es la realidad. Y dejaremos de lado la realidad, dejaremos de lado este momento mientras seguimos en la película que imaginamos.


Estar en el futuro como motivación para la acción del presente nos permite seguir un camino, a veces dar más sentido a cada paso que sólo podría ser un paso. Esto servirá para sumar si seguimos en el paso que estamos dando. El problema surge cuando el paso en si mismo no tiene más sentido que el de acercarnos a un futuro imaginado. Entonces perdemos aspectos de ese paso que,  por rutinario o duro que sea, es lo que es.


El presente

No hay presente más bonito que el que tenemos. Cualquier otro, o es de otro, por tanto no es nuestro presente, o lo fue, por tanto es pasado, o lo debería ser, por tanto es una negación del que es, o lo llegará a ser, por tanto es imaginado, ficción todavía.

No es fácil vivir en el presente. Siempre le faltan cosas. O le sobran otras. Siempre hay alguien que dice o hace lo que no debería. Incluso nosotros nos equivocamos y hacemos mal lo que queríamos hacer de otra forma.

Y por si fuera poco esto, desde la prensa, la televisión, la radio, los conocidos y hasta la familia y los amigos, nos dicen cuánto podríamos ser de felices si comprásemos, hiciésemos, dijésemos.... 

Constantemente el mensaje es “si no eres más feliz es porque no quieres, mira haz esto, coge aquello, compra lo otro, ve a tal sitio....”. Es como si todo el mundo supiese más de nosotros y de nuestro presente que nosotros mismos.

Y quizá sea cierto.

Quizá no sepamos lo suficiente de nuestro presente. Quizá sepamos tan poco como para no ser capaces de dejar de lado las necesidades a satisfacer sobre las que los demás construyen nuestra supuesta felicidad.

O lo sepamos, pero nos resistamos a admitir que más allá de la realidad todo es ficción.

Entonces?


Cuestión del cuándo.

Todavía a día de hoy, que sepamos, no somos capaces los humanos de viajar a través del tiempo como para modificar líneas temporales que cambien lo que no nos gustó o lo que no nos va a gustar. Quizá la humanidad descubra una forma de hacerlo y entonces se mezclen aprendizajes que construyen a un ser humano que después ha de aprenderlos.


Hoy no tenemos más línea temporal que la que vivimos. Y sólo hay “un cuando” en el que podemos estar. Éste. Ahora.

Estamos, todos, cargados de razones para cuestionar tanto¡¡. Y son habitualmente esas razones las que nos llevan a desear lo imposible. Porque el que algo sea posible en otros, o lo fuese antes o lo pudiera ser, no lo convierte en real. Y lo que no es real, como mucho, es probable.


El cuando es ahora. Ni el mejor ni el peor de los ahoras. El único ahora. 

Cuanto más capaces somos de desprendernos de lo que necesitamos del pasado y de desprendernos de lo que anhelamos o tememos del futuro, más sentido cobra el ahora.


Me gustaría finalizar con una sugerencia que lo hiciese fácil, no la tengo, sin embargo sí una pregunta para la que no tengo respuesta. ¿ A qué esperamos?.




domingo, 29 de abril de 2018

HIJOS



HIJOS, NUESTROS NO TANTO


Bien porque somos hijo, bien porque los tenemos, el significado “hijo” está presente en nuestra vida. Hijo, ser entrañable por los que daríamos la vida.
Algo en nuestro cerebro nos orienta a valorar más nuestra descendencia que a nosotros mismos. La especie prima. Nosotros lo racionalizamos y lo traducimos a “los quiero más que a mí mismo”. Nuestro cerebro, como el de tantas otras especies, vino programado para la supervivencia de la especie.



Dejamos de hacer, de ser, de tener, de muchas y tantas cosas por ellos, sintiéndonos bien, sintiéndonos correspondidos con sus mimos y sus abrazos y sus “mi papá es el mejor” “mamá te quiero”, que cuando aprendemos que los hijos son, eran (siempre lo fueron) del mundo y para el mundo, vivimos un duelo. Y como todos los duelos hay que elaborarlo, aceptarlo y superarlo.

Que hayamos hecho caso a nuestro cerebro cuidando y protegiendo a nuestros hijos con todo lo que estaba a nuestro alcance, “incluso dando mi vida si hubiese sido necesario”, no significa que nos pertenezcan, que seamos sus dueños. Precisamente era eso, protegerlos para que pudiesen subsistir por sí mismos y ser ellos mismos.


Veo a menudo padres sufriendo porque no entendieron ese duelo. No aprendieron que haber sido y ser buenos padres no está reñido con que los hijos vivan su vida ignorando tanto esfuerzo, tanta pasión y tanto amor que ellos pusieron para criarlos. Y se siente mal. Solos, dicen. Culpables también “no sé qué es lo que he hecho mal”.

Educar en la libertad tiene un precio: que serán más libres. Y eso incluye que al hacer uso de ella puedan decidir no coincidir contigo en tu forma de ver la vida, en tus principios y por supuesto en cómo han de satisfacer tus necesidades, incluida la del amor y cariño que dices necesitar y no tener de ellos.


Educar en valores tiene también otro precio. Que cuando quieres satisfacer la necesidad que tienes de tus hijos, ves contra qué valores atentas. No sólo les has ayudado a ser más libres, sino también más honestos, más leales, más valientes, más orgullosos de sí mismos. Y a veces, satisfacer nuestra necesidad incumplen alguno de ellos.

Educar en la opresión y dominio porque yo soy el padre, la madre, el mayor, el que aporta los recursos, también tiene otro precio. Crecen, se dan cuenta de ello y te devuelven la moneda. Tampoco satisfacen tus necesidades.

Al final, son del mundo. Y en él van a seguir (eso esperamos), cuando nosotros ya no estemos.


La confusión y el desánimo de muchos padres respecto a sus hijos tiene que ver con que los hijos no satisfacen las expectativas que los padres tenían puestas en ellos.

Ver la relación con los hijos como un derecho o como una necesidad, puede atraparnos en decisiones y acciones orientadas a satisfacer la una o la otra. Que seamos responsables de su cuidado, no nos convierte en dueños de los que son cuidados. Que dependan de nosotros para sobrevivir, haciendo tanto como hacemos para satisfacer sus necesidades, no nos da derecho a exigir que nos devuelvan el tiempo o el esfuerzo que les hemos dado (quizá mejor expresado, regalado).

En ocasiones, con ese afán de ayudar y satisfacer a nuestros hijos, les hacemos dependientes de nosotros. El miedo a que no puedan o no sepan, a que se equivoquen, a que sufran, nos lleva no solo a hacer por ellos, sino a hacer lo que le competía a ellos. De ahí que tantos padres hagan las tareas del colegio con sus hijos, las tareas y tantas otras cosas que competen a los hijos.


No es fácil el equilibrio. El equilibrio entre hacer lo que queremos por nuestros hijos y al mismo tiempo cuidarnos como principal cuidador que somos de nosotros mismos. El equilibrio entre regalar sin esperar nada a cambio y al mismo tiempo esperar que satisfagan nuestras necesidades. El equilibrio entre enseñarles a ser libres y al mismo tiempo aceptar que el ejercicio de su libertad nos da menos control sobre ellos.
Entrenarnos en ese equilibrio y aceptarnos escorados hacia un lado u otro, según los días, forma parte de nuestro éxito en la vida con nosotros y con nuestros hijos. Siendo como es una tarea compleja, es también una oportunidad de satisfacción y de complicidad preciosa y motivadora.


Y los equilibrios, como todos los equilibrios, son frágiles. Unos días más que otros. Con unos hijos más que con otros. En unos padres más que en otros. Quizá lo que más nos ayude a conseguirlo es partir de que tendemos al equilibrio y que vivir requiere hacerlo cuando estamos en equilibrio y también cuando intentamos conseguirlo o recuperarlo.

Escuchar, entender, aceptar....(sin tanto querer resolver.)... a nosotros en primer lugar. Otro día hablaremos de eso.



miércoles, 10 de enero de 2018

TENER UN PLAN



Tener un plan es fundamental para poder avanzar de acuerdo a como queremos (o decimos que queremos) hacerlo. A veces queremos, pero solo queremos, y sin plan podemos acabar en cualquier parte…. Incluso en el punto de partida.
De ahí lo de “ponernos a plan”, aunque eso se emplee casi únicamente para hacer una dieta de adelgazamiento.


HACIA DÓNDE (B)
Un plan requiere reflexionar sobre a dónde queremos llegar, definir bien nuestra meta, Cuantificarla. Y definir también cómo vamos a saber que hemos llegado. Estamos en A y queremos ir a B.
Ejemplo: quiero llegar a pesar 70 kg. Mi “B” será “pesar 70 kg”. Ya tengo cuantificada mi meta, pero ¿cómo voy a saber que lo he conseguido? ¿cómo voy a saber que ya estoy en B, en 70 kg?. Pues cuando me suba a la báscula y marque 70 kg o menos”

Otras veces no somos tan concretos. Ejemplo: quiero cabrearme menos. ¿Cuál es mi “B”, mi meta exactamente? ¿Y cómo voy a saber que me cabreo menos?
Pues porque estaré menos disgustado”.
En este caso no está definido bien el “cabreo”. Tendría que decirme qué es para mí un cabreo. ¿Es dar voces?, ¿sentirme mal por dentro?, ¿reñir?, ¿negar mi afecto? Tampoco está definido cuánto menos me voy a cabrear. ¿Una vez menos al día, a la semana, sólo en el trabajo…? Y tampoco el cómo sabré si he conseguido mi objetivo. ¿Porque le pregunto a los de mi entorno, porque llevo un registro en las notas del móvil o en una libreta, porque a mí me lo parece?

La mayor parte de nuestros fracasos en los propósitos que nos hacemos a diario, (y ahora, al comienzo del año nos solemos hacer muchos), es porque no concretamos de forma clara y precisa lo que queremos exactamente, cómo vamos a saber que lo hemos conseguido. Nos movemos con frecuencia en metas, destinos, deseos, "B" difusos.

DESDE DÓNDE (A)
A veces, teniendo claro y bien definido lo que queremos conseguir y cómo sabremos que lo hemos conseguido, (B, nuestra meta) no hemos reflexionado sobre los recursos de los que partimos, los recursos que tenemos para conseguir lo que queremos (A, o nuestro punto de partida). Sabemos a dónde vamos, pero no conocemos bien de dónde partimos.

Ejemplo: voy a escuchar a mis hijos cada vez que me hablen o pidan ayuda. Sabré si lo estoy haciendo porque voy a pedirle a ellos que me digan si alguna vez no se sienten escuchados. Hasta ahí bien definido “B”, mi meta. Pero, ¿qué es lo que hago habitualmente? ¿qué hago cuando estoy viendo una película o un programa de TV y vienen a hablarme? ¿qué hago por las mañanas cuando me preguntan camino del colegio?
Quizá, si soy una persona que habitualmente escucha poco, bien porque estoy con mis cosas, bien por la prisas, sea interesante que reflexione sobre si eso que me propongo es realista. Quizá sea un salto demasiado grande para empezar. Quizá “no tengo recursos” como para hacer tanto de golpe. Entonces he de proponerme menos. Mucho menos.

¿Habéis visto las mesas de algunos despachos llenas de documentos que no acaban de resolverse, con alguien detrás de ellas proponiéndose todos los días resolverlo? ¿Os habéis fijado en esas mamás y en esos papás dando voces a sus hijos para que obedezcan? ¿Y en esas personas a las que cuando les preguntáis cómo les va, lo que más os cuentan es todo lo que les queda por hacer de todo lo que tienen hacer? ¿Cuántas personas dicen de sí mismas todos los días “soy un desastre”? ¿Cuántas otras “no consigo nada”?
Angustioso, verdad….?

Pues así en esa angustia viven infinidad de personas todos los días. Así consumen su vida. Queriendo más de lo que sus recursos son capaces de producir. Y cuando se lo dices, o si leen esto responden “Pero yo si puedo conseguirlo, de hecho antes lo hacia” o “No sólo puedo sino que tengo que hacerlo”.
Si, claro, pero tus recursos son limitados, ahora quizá más limitados, y tienes más objetivos en la vida en la que repartirlos. ¿O estar sentado en paz, al lado de la persona que está decidiendo compartir su vida contigo no es un objetivo?
No les cabe un quiero / no quiero hacerlo, viven continuamente bajo la presión del “tengo que” hacerlo.

Difícil que se paren a pensar. ¿Por qué?. Porque pararse a pensar en ello podría suponer el principio de un cambio y nos cuesta cambiar. Hasta para mejorar. En mi experiencia en la consulta la primera parte de cualquier tratamiento es que la persona que lo necesite lo busque.
Y vaya a la consulta.


EL CAMINO (C)
A veces, teniendo claro a dónde queremos llegar, habiendo definido bien cuando y cómo sabremos que hemos llegado, habiendo incluso valorado bien nuestras fuerzas, nuestros recursos disponibles, nos falta haber reflexionado sobre qué camino vamos a recorrer, si hay varios cuál de ellos vamos a elegir, el tiempo que nos va a costar, los pasos que vamos a dar, cuáles van a ser esos primeros pasos. Conocemos de dónde partimos (A), sabemos exactamente a dónde queremos ir (B), pero no hemos valorado el camino a seguir (C) o posibles caminos.

Y nos ponemos a caminar con rumbo pero sin camino, con meta y con recursos, pero sin una plan que nos permita dar pasitos primero, saltos después.
Y abandonamos.

En el ejemplo anterior, el de escuchar a mis hijos, puedo elegir un camino de escucha progresiva, proponerme que la primera semana voy a dedicarle un día a estar más atento en la escucha, anotando cuántas veces lo he conseguido, en la segunda semana voy a dedicarle dos días, tres...


FELICITARME POR ELLO
Y si ya tenemos el plan solo nos falta una cosa más. Felicitarnos. Eso es lo primero nada más hacer el plan, felicitarnos por tener el plan. Mañana felicitarnos también por dar ese pasito cortito, después por los siguientes pasos.
Y si dejamos de cumplir nuestro plan, analicemoslo, quizá era demasiado ambicioso, quizá hemos cambiado de objetivo, quizá simplemente queremos abandonar porque es más cómodo. Nosotros lo sabremos. Y obraremos en consecuencia.

Cuanto más nos felicitemos, más probable es que sigamos, Cuanto más nos riñamos, más probable es que reventemos en el intento. Por eso es tan importante empezar por pasitos cortos, tan cortos que nos resulte muy fácil empezar a darlos. Y dejar de reñirnos.
¿No te pasa a veces que parece que llevas al enemigo dentro? Una parte de ti ha aprendido a funcionar porque te riñes. Te riñes por lo que dejas de hacer, te riñes por lo que has hecho regular, te riñes por no haber previsto lo que podías dejar de hacer o no haber previsto que podría salirte regular. Tan entrenado en reñirte, te riñes hasta por lo que los demás no han hecho por si acaso ha sido culpa tuya. Lo piensas y tienes razón. Te riñes porque tienes razón. (Dices).

Eres un experto en reñirte. Lo haces a menudo, todos los días. En alto y, sobre todo, en silencio. Acompañado de la razón, de tu razón que te lleva años diciéndote que lo haces bien, que has de reñirte cuando no cumples. No aprendiste a “cumplir” queriéndote.

TAREA PARA EL FIN DE SEMANA
Me gusta llamar “Fin de semana” (“Finde” entre nosotros) a lo que queda del resto de nuestras vidas. Aunque parezca largo, es corto. Y hacerlo sinónimo de fin de semana lo hace más lúdico, mas atractivo.
Cuando quieras algo importante haz un PLAN. Después escríbelo, te ayudará a visualizar mejor desde dónde partes, a dónde quieres ir y qué camino vas a elegir. Felicítate nada más haberlo garabateado, es un avance dedicar tiempo a pensar así.
Vamos a entrenarnos en felicitarnos. En felicitarnos mucho. A menudo. Todos los días. Por lo que has hecho, por lo que has previsto, por lo que has intuido, por lo que has dejado de hacer. Sí, también, sé sabio y aprende a valorar cuándo es adaptativo dejar de hacer. Valora el proceso más que el resultado Vivir es más caminar que llegar. Planificar es también caminar. Quiérete.

Sé tu amigo. Tu mejor amigo. Dítelo (ahora que todavía estás vivo).

lunes, 11 de septiembre de 2017

Posiciones encontradas


Permitidme que hoy traiga como reflexiones más preguntas que respuestas…. es de lo que más tengo.

Hacia dónde?

Quizá lo que nos mueve en una dirección a veces también nos para, o nos mueve en la dirección contraria. Queremos salir a hacer deporte y seguir en el sofá sentados. Queremos perder peso y también la hamburguesa con patatas fritas. Queremos ayudar y que no nos molesten.
Queremos todo a la vez.
Pretendemos el equilibrio entre tantas fuerzas que con frecuencia nos olvidamos que vivimos más tiempo en desequilibrio que en equilibrio, o al menos tratando de recuperar el equilibrio.
Pretendemos el imposible de estar siempre en paz con uno mismo.
Cuando pensábamos menos era más fácil. Corríamos y jugábamos más. Ahora, ya padres, nos hemos empezado a tomar la vida en serio porque los hijos son otra cosa, con ellos no caben experimentos: hemos de estar seguros. O, al menos, creernos seguros. Y si no lo conseguimos, por lo menos parecerlo.


Seres vivos mientras dure


Los limites entre la fantasía y la realidad están cada vez menos claros. Es cuestión de tiempo que lo que nos parecía imposible ayer , la ciencia lo haga real mañana. Avanzamos hacia la inmortalidad de la especie, de ésta o de la que nos suceda. Mientras se logra seremos unos seres más de los millones de millones de seres que han nacido y perecido en este planeta.

Eso sí con consciencia de nuestra finitud. O creencia de vivir más allá de la muerte. O de dudas.
Sobre todo dudas.




Contradicciones?

Las certezas son como la razón, válidas mientras no se las cambia por otras. Cada vez observo a más personas mayores con menos certezas. Mas sabios con menos razones en sus debates. Más paz sin control. Más fluir por la vida sin motor.
Más tal cual.
Cada vez observo más contradicciones que funcionan. O por lo menos sirven. Sirven para estar y seguir.
Algo común en todos es la acción. Cualquier acción, ni siquiera ha de ser planificada, ni responder a un fin último que tantos se empeñan en poner en el sentido de la vida. A veces es una acción tan simple como el vuelo de una mosca dando vueltas en el centro del salón. Sin querer ir a ninguna parte, sin querer posarse, sin querer salir. Sin más, ahí, zumbando.
Me pregunto a veces qué se sentirá cuando uno sabe que se está muriendo. Si será un ya se acabó todo, un qué va a ser de ellos, un oh Dios ahí voy, un no puede ser, o una mezcla de más contradicciones. Quizá sea confusión lo que más haya.
O más de lo mismo, incluidos los planes del futuro inmediato.
Cuando comparto esta reflexión con mis amigos o familia casi nadie quiere seguir hablando de ello, excepto los más viejos. Demasiado pronto para pensar en ello, dicen.


Es lo que hay?


Cada día se sientan pacientes en mi consulta que lo están pasando mal. A veces lo que piden, la ciencia puede dárselo y una intervención bien indicada, una medicación bien pautada les ayuda a mejorar. Otras, la mayoría de las veces, piden imposibles. Imposibles a día de hoy. Me pregunto cómo nos verán en ese futuro donde haya recambio para todo, tanto que seamos prácticamente inmortales.
Mientras tanto, el centro de nuestro discurso sigue siendo "esto es lo que hay".
La Medicina llega con frecuencia al límite de poder seguir ayudándonos, la Psicología lo sobrepasa entrenándonos en vivir con nosotros sacando el máximo provecho de nuestros recursos, por pocos que nos queden. Y la Religión nos trasporta a lo imposible porque nos facilita creer en lo imposible.
Si escuchanos a los físicos sobre los avances en la física cuántica, la confusión es aún mayor. Ya no solo nuestra razón, que nos sirve en el mundo que vemos, sino también las leyes físicas que estudiamos no funcionan en lo atómico y subatómico. Es a todas luces ese mundo un mundo “ilógico”.
Una vez más la razón, incluso teniéndola, puede no servirnos.


Adaptación

Mi padre con 95 años lee para estar ocupado, para ver menos televisión, dice. A veces el mismo libro que leyó meses atrás. Esa combinación entre lo práctico, la pérdida de memoria y el tiempo disponible lo hacen aún más sabio.

Quizá también tengamos sobrevalorado el recordar, .....o como dice Goldenberg, el inventar el pasado cada vez que recordamos.

domingo, 28 de mayo de 2017

Acompañar








Un regalo

Acompañar como regalo. Ir, estar al lado de alguien en su camino, en el camino de ese momento.

Como decía Álvaro cuando nos fue a ver mientras mi padre estaba en el hospital :
“Papá, cada vez más veo que,  en esto de la salud, lo que más hacemos es acompañar”.

Cuando algo se tuerce, nuestro equilibrio, que ya es frágil, se deteriora. Y se nos merma el valor de lo que nos hacía fuertes. Nos vemos débiles, poca cosa. Somos menos conscientes de que podemos. 

De ahí que el que alguien te acompañe, te ayude a recuperar tu fuerza. A recuperar tu valor. A recuperar tu equilibrio.


Acompañar es caminar juntos, no caminar pegados. Dejar que el aire corra, que ambos compañeros se sientan libres.

Acompañar es estar. A veces sin más: estar.

Acompañar es también una opción. Podemos no hacerlo. Podemos no darlo. Podemos, también, para nosotros, no quererlo.







Estar ahí

Me gusta cuando mi familia, mis amigos dicen “Gracias por estar ahí”. 
No por el valor que me confieren, sino por saber que sin haber hecho casi nada, les fue útil. Por confirmar el valor grande de acompañar.

Y me gusta enseñar el valor de esa acción simple: acompañar.

Y entender que lo valoren menos los que ahora menos necesitan ser acompañados porque se acoplan a su equilibrio sin más necesidad.

La mejor forma de enseñar el valor de acompañar es hacerlo. Y cuando quieres sentirte acompañado, pedirlo sin exigirlo. La dificultad en muchos casos estriba en que “exigimos” que nos acompañen porque “nosotros les hemos acompañado”, “tenemos derecho”, “para eso yo soy su..... padre/hijo/hermano/amigo/pareja”.

Recordad cuando hablábamos de la diferencia entre pedir y exigir. Y de nuestra área de control.


No es fácil a veces. Ni acompañar, ni no ser acompañado. 

Acompañar de forma prolongada, a los hijos hasta que se van a su mundo, a tu pareja hasta que uno de los dos se va o fallece, a los mayores hasta que fallecen, añade la complejidad de que hay días que te gustaría no hacerlo y has de revisar tu elección, verlo en su conjunto y volver a elegir. Lo que elijas.






La práctica

Como siempre digo, la práctica nos hace expertos. Y más libres.

Os animo a practicar elegir acompañar o no.
 A practicar acompañar. 
Y a practicar pedir ser acompañado. 

Son tres buenos regalos.