domingo, 20 de marzo de 2016

Respuestas de escape y ansiedad



-  Alguna duda sobre lo que os he comentado? - dijo el profesor en el aula
Yo tengo una, no me ha quedado muy claro lo que dijo sobre.....voy a preguntar....pero, ¿y si es una tontería y hago el ridículo?....¿y si se ríe de mí?....”

En ese momento la frecuencia de mi respiración aumenta, siento sudoración en las manos, me muevo en mi asiento, el corazón palpita fuerte.....
Y aparece la solución mágica en mi cerebro : 
- ¿Para qué vas a preguntar arriesgándote a hacer el ridículo?. Luego lo buscas o se lo preguntas a alguno de tus compañeros.

Ya me siento bien. Muy bien, se me quitan esas sensaciones tan desagradables y angustiosas, mi corazón vuelve a su ritmo, mi respiración también, me reclino en el asiento. Solucionado.

¿O no?

Eso es una respuesta de escape.

Mi cerebro ha sido recompensado por no enfrentarse al problema, ha recibido una gran “chuche”. La tranquilidad que he sentido, por decidir no preguntar ha sido muy gratificante (a corto plazo).

¿Que es lo más probable que suceda la siguiente vez?

Así, o de forma parecida, empieza nuestro cerebro a dar respuestas de escape. En todas ellas hay algo común: me producen alivio de la ansiedad al no tener que enfrentarme a lo que me había propuesto hacer.
Mañana será miedo a subir en un ascensor por si se bloquea, a cruzar un túnel conduciendo por si me quedo tirado en medio, a ir a un examen por si me quedo en blanco, a ir en autobús por si necesito ir al baño en pleno viaje, a estar a solas con mi hija por si le hago daño, a coger el coche en carretera por si me pasa algo, a cruzar un puente por si me tiro de él, a ir de caza con mis amigos por si les disparo, a hablar en público por si me quedo cortado, a no apuntarme a un curso de formación por si van a pensar que no se, a no alquilar un apartamento retirado de un centro hospitalario por si me pongo nervioso y necesito ayuda.... (estas y muchas más situaciones me contaron mis pacientes).

Las respuestas de escape se generalizan porque todas persiguen el mismo fin, evitar que lo pasemos mal sintiendo ansiedad. Al principio no es problema, con el tiempo se convierte en una incapacidad.

Una incapacidad que quiero quitarme pero que crece. ¿Por qué? Porque sigo dando respuestas de escape. Es un círculo vicioso, cuanto más escapo de enfrentarme más me dice mi cerebro "no te enfrentes, lo pasarás mal"

¿Como saber si es una respuesta de escape o un “simplemente no me apetece”?. 

En la respuesta de escape me gustaría hacerlo pero me pone nervioso hacerlo, si puedo lo evito. Me gustaría ir a la fiesta pero temo no estar a la altura, encontrarme con alguien que me cuestione, no cojo el ascensor no sea que me quede atrapado, no cruzo el puente no sea que me de por tirarme al río....
En el “no me apetece” no tengo malestar, simplemente no quiero hacerlo, no quiero ir a la fiesta, prefiero estar en casa, subo por las escaleras por hacer ejercicio pero a veces, sin más, subo en el ascensor, no cruzo el puente porque no tengo que ir al otro lado, si toca cruzarlo lo cruzo sin problema.

¿Y par evitar que vaya a más?

Cambiar de dirección. Empezar a hacer aquello que he dejado de hacer y que me gustaría seguir haciendo. Empezar por lo fácil, por los pasos que menos malestar me producen. Y seguir poco a poco. Dividir cada tarea que vaya a hacer en pequeñitos pasos fáciles y repetir cada uno dos o tres veces. Avanzar lenta y progresivamente.

Quizá tu cerebro lo tenga muy aprendido, quizá sea algo más complejo y tú solo no puedas. Si es así, busca ayuda, merecerá la pena sentirte más libre de hacer lo que quieres hacer.


TAREAS PARA EL FIN DE SEMANA

¿Os dije que “ fin de semana” es igual a “resto de vuestra vida”? Pues eso.

Haced una lista de vuestros miedos. Ordenarlos de menos a mas intensos.
Empezad por los menos intensos y divididlo en pasitos pequeños. Pasitos fáciles que ahora veáis que sois capaces de dar. Empezad a dar pasos.

Felicitaros por cada paso. Felicitaros mucho.

Seguid con el resto de vuestros miedos. Paso a paso. No deis saltos grandes. Si os equivocáis y dais un salto grande volved a empezar por donde os salía bien y seguid con pasos más cortos.


sábado, 5 de marzo de 2016

Escuchar y empatizar (II)




Cuando acompañamos a alguien que ha perdido un ser querido, cuando nos acompañan a nosotros, podemos entender, sentirnos entendidos sólo con un abrazo.

Cuando tenemos un problema podemos sentirnos entendidos por aquel al que se lo contamos, simplemente porque pone interés en entendernos y nos parece que se da cuenta de cómo y cuánto estamos sintiendo con ese problema. A veces somos conscientes de que no ha vivido lo que yo estoy viviendo y no puede saber cómo me estoy sintiendo, pero si percibo su interés, su deseo de querer entenderme realmente, ya casi me siento entendido.

Por tanto la empatía tiene mucho que ver con la disposición a querer entender, no solo con el ser capaz de entender.


Empatizar: entender lo que el otro siente, trasmitirle que lo entendemos. Hacerlo de tal forma que él se de cuenta de que lo estamos entendiendo. A veces, no hace falta ni hablar, basta con estar ahí, con un abrazo, con un gesto, con un mimo. Y él, ella, puede sentir que le entendemos.

Cuando lo hacemos con otra idea diferente a que él se siente entendido, con idea de cumplir con algo social, con un compromiso, con idea de simular que nos importa lo que nos dice, es probable que sienta que no le entendemos.

Empatizar no es dar soluciones, a veces ni las hay. No es decirle qué ha de hacer. El que empatiza no es un consejero experto que sabe qué le conviene a los demás.

El que empatiza no juzga los sentimientos del otro, los acepta.

El que empatiza atiende y entiende. Sin más. Y entender lo que el otro siente no es sinónimo de estar de acuerdo con que sienta eso. Nada tiene que ver.


Empatizar también es un regalo, como la escucha. Si algo vibra con fuerza entre dos seres humanos es cómo cada uno siente que el otro le entiende. No es fácil.

Requiere disposición auténtica, genuina, de querer empatizar de querer entender lo que el otro siente.

No hay fórmulas para empatizar. A veces le preguntamos sobre cómo se siente, lo hacemos para que, si quiere, hable de ello y si no quiere, también empatizamos entendiendo que no desea hablar. Otras veces basta con un abrazo como hacemos en el funeral del amigo que ha perdido a su ser querido.

Sabemos si estamos empatizando porque nosotros sentimos que lo hacemos y él siente que lo hemos hecho, esa es la clave.

Empatizar también es una opción. Es un regalo grande para el ser humano entender y sentirse entendido. Va en las dos direcciones.

Si escuchar y empatizar hacen tanto bien a quienes lo reciben, ¿cómo es que lo recibimos tan poco? ¿No sentís con frecuencia estar rodeados de personas a las que, siendo verdad que le importáis, les cuesta entenderos? ¿No tenéis la sensación de que muchos de vuestros sentimientos son juzgados nada más aparecer?

¿Y lo frecuente que es que os digan lo que tenéis que hacer, lo que os conviene, lo que estáis haciendo mal, lo que harían ellos en vuestro lugar, lo que se hace en estos casos.... sin antes haberse ni enterado ni interesado por cómo os sentís?

Mucho de mis pacientes me dijeron que no se sienten escuchados ni entendidos. Pocos me pidieron ayuda para aprender a escuchar y a empatizar mejor. Quizá ahí este la clave: creemos, no sólo que lo hacemos, sino que lo hacemos bien.


Tarea para el fin de semana: practica empatizar con alguien cercano. Recuerda que tu objetivo, tu idea, es entender qué siente y trasmitirle que lo entiendes. Haz solo eso, no le des consejos ni soluciones, salvo que expresamente te las pida. Por supuesto, ni lo juzgues ni lo critiques.

Te propongo que lo hagas durante cinco minutos seguidos y luego comentes la experiencia, con él-ella y con nosotros.