- Alguna duda sobre lo que os he comentado? - dijo el profesor en el
aula
“Yo
tengo una, no me ha quedado muy claro lo que dijo sobre.....voy a
preguntar....pero, ¿y si es una tontería y hago el ridículo?....¿y
si se ríe de mí?....”
En
ese momento la frecuencia de mi respiración aumenta, siento
sudoración en las manos, me muevo en mi asiento, el corazón palpita
fuerte.....
Y
aparece la solución mágica en mi cerebro :
- ¿Para qué vas a
preguntar arriesgándote a hacer el ridículo?. Luego lo buscas o se
lo preguntas a alguno de tus compañeros.
Ya
me siento bien. Muy bien, se me quitan esas sensaciones tan
desagradables y angustiosas, mi corazón vuelve a su ritmo, mi
respiración también, me reclino en el asiento. Solucionado.
¿O
no?
Eso
es una respuesta de escape.
Mi
cerebro ha sido recompensado por no enfrentarse al problema, ha
recibido una gran “chuche”. La tranquilidad que he sentido, por
decidir no preguntar ha sido muy gratificante (a corto plazo).
¿Que
es lo más probable que suceda la siguiente vez?
Así,
o de forma parecida, empieza nuestro cerebro a dar respuestas de
escape. En todas ellas hay algo común: me producen alivio de la
ansiedad al no tener que enfrentarme a lo que me había propuesto
hacer.
Mañana
será miedo a subir en un ascensor por si se bloquea, a cruzar un
túnel conduciendo por si me quedo tirado en medio, a ir a un examen
por si me quedo en blanco, a ir en autobús por si necesito ir al
baño en pleno viaje, a estar a solas con mi hija por si le hago
daño, a coger el coche en carretera por si me pasa algo, a cruzar un
puente por si me tiro de él, a ir de caza con mis amigos por si les
disparo, a hablar en público por si me quedo cortado, a no apuntarme a un curso de formación por si van a pensar que no se, a no alquilar un apartamento retirado de un centro hospitalario por si me pongo nervioso y necesito ayuda.... (estas y muchas más situaciones me contaron mis
pacientes).
Las
respuestas de escape se generalizan porque todas persiguen el
mismo fin, evitar que lo pasemos mal sintiendo ansiedad. Al
principio no es problema, con el tiempo se convierte en una
incapacidad.
Una
incapacidad que quiero quitarme pero que crece. ¿Por qué? Porque
sigo dando respuestas de escape. Es un círculo vicioso, cuanto más escapo de enfrentarme más me dice mi cerebro "no te enfrentes, lo pasarás mal"
¿Como
saber si es una respuesta de escape o un “simplemente no me
apetece”?.
En la respuesta de escape me gustaría hacerlo pero me
pone nervioso hacerlo, si puedo lo evito. Me gustaría ir a la fiesta
pero temo no estar a la altura, encontrarme con alguien que me
cuestione, no cojo el ascensor no sea que me quede atrapado, no cruzo el puente no sea que me de por tirarme al río....
En
el “no me apetece” no tengo malestar, simplemente no quiero
hacerlo, no quiero ir a la fiesta, prefiero estar en casa, subo por
las escaleras por hacer ejercicio pero a veces, sin más, subo en
el ascensor, no cruzo el puente porque no tengo que ir al otro lado, si toca cruzarlo lo cruzo sin problema.
¿Y par evitar que vaya a más?
Cambiar
de dirección. Empezar a hacer aquello que he dejado de hacer y que
me gustaría seguir haciendo. Empezar por lo fácil, por los pasos
que menos malestar me producen. Y seguir poco a poco. Dividir cada
tarea que vaya a hacer en pequeñitos pasos fáciles y repetir cada
uno dos o tres veces. Avanzar lenta y progresivamente.
Quizá
tu cerebro lo tenga muy aprendido, quizá sea algo más complejo y tú
solo no puedas. Si es así, busca ayuda, merecerá la pena sentirte
más libre de hacer lo que quieres hacer.
TAREAS
PARA EL FIN DE SEMANA
¿Os
dije que “ fin de semana” es igual a “resto de vuestra vida”?
Pues eso.
Haced
una lista de vuestros miedos. Ordenarlos de menos a mas intensos.
Empezad
por los menos intensos y divididlo en pasitos pequeños. Pasitos
fáciles que ahora veáis que sois capaces de dar. Empezad a dar
pasos.
Felicitaros
por cada paso. Felicitaros mucho.
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