Cuando
acompañamos a alguien que ha perdido un ser querido, cuando nos
acompañan a nosotros, podemos entender, sentirnos entendidos sólo
con un abrazo.
Cuando
tenemos un problema podemos sentirnos entendidos por aquel al que se
lo contamos, simplemente porque pone interés en entendernos y nos
parece que se da cuenta de cómo y cuánto estamos sintiendo con ese
problema. A veces somos conscientes de que no ha vivido lo que yo
estoy viviendo y no puede saber cómo me estoy sintiendo, pero si
percibo su interés, su deseo de querer entenderme realmente, ya casi
me siento entendido.
Por
tanto la empatía tiene mucho que ver con la disposición a querer
entender, no solo con el ser capaz de entender.
Empatizar:
entender lo que el otro siente,
trasmitirle que lo entendemos.
Hacerlo de tal forma que él se de cuenta de que lo estamos
entendiendo. A
veces, no hace falta ni hablar, basta
con estar ahí, con un
abrazo, con un gesto, con un mimo. Y
él, ella, puede sentir que le entendemos.
Cuando
lo hacemos con otra idea
diferente a que él se
siente entendido, con idea
de cumplir con algo social,
con un compromiso, con idea
de simular que nos importa
lo que nos dice, es probable
que sienta que no le entendemos.
Empatizar
no es dar soluciones, a veces ni las hay. No es decirle qué ha de
hacer. El que empatiza no es un consejero experto
que sabe qué le conviene a los demás.
El que
empatiza no juzga los sentimientos del otro, los acepta.
El que
empatiza atiende y entiende. Sin más. Y entender lo que el otro
siente no es sinónimo de estar de acuerdo con que sienta eso.
Nada tiene que ver.
Empatizar
también es un regalo, como la escucha. Si algo vibra con fuerza
entre dos seres humanos es cómo cada uno siente que el otro le
entiende. No es fácil.
Requiere
disposición auténtica, genuina, de querer empatizar de
querer entender lo que el otro siente.
No
hay fórmulas para empatizar. A veces le preguntamos sobre cómo
se siente, lo hacemos para que, si quiere, hable de ello y si no
quiere, también empatizamos entendiendo que no desea hablar. Otras
veces basta con un abrazo como hacemos en el funeral del amigo que
ha perdido a su ser querido.
Sabemos
si estamos empatizando porque nosotros sentimos que lo
hacemos y él siente que lo hemos hecho, esa es la clave.
Empatizar
también es una opción. Es un regalo grande para el
ser humano entender y sentirse entendido. Va en las dos direcciones.
Si
escuchar y empatizar hacen tanto bien a quienes lo reciben, ¿cómo
es que lo recibimos tan poco? ¿No sentís con frecuencia estar
rodeados de personas a las que, siendo verdad que le importáis, les
cuesta entenderos? ¿No tenéis la sensación de que muchos de
vuestros sentimientos son juzgados nada más aparecer?
¿Y lo
frecuente que es que os digan lo que tenéis que hacer, lo que os
conviene, lo que estáis haciendo mal, lo que harían ellos en
vuestro lugar, lo que se hace en estos casos.... sin antes haberse
ni enterado ni interesado por cómo os sentís?
Mucho de
mis pacientes me dijeron que no se sienten escuchados ni entendidos.
Pocos me pidieron ayuda para aprender a escuchar y a empatizar mejor.
Quizá ahí este la clave: creemos, no sólo que lo hacemos, sino que
lo hacemos bien.
Tarea
para el fin de semana: practica empatizar con
alguien cercano. Recuerda que tu objetivo, tu idea, es entender
qué siente y trasmitirle que lo entiendes. Haz solo eso, no le des
consejos ni soluciones, salvo que expresamente te las pida. Por
supuesto, ni lo juzgues ni lo critiques.
Te
propongo que lo hagas durante cinco minutos seguidos y luego comentes
la experiencia, con él-ella y con nosotros.
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