domingo, 29 de abril de 2018

HIJOS



HIJOS, NUESTROS NO TANTO


Bien porque somos hijo, bien porque los tenemos, el significado “hijo” está presente en nuestra vida. Hijo, ser entrañable por los que daríamos la vida.
Algo en nuestro cerebro nos orienta a valorar más nuestra descendencia que a nosotros mismos. La especie prima. Nosotros lo racionalizamos y lo traducimos a “los quiero más que a mí mismo”. Nuestro cerebro, como el de tantas otras especies, vino programado para la supervivencia de la especie.



Dejamos de hacer, de ser, de tener, de muchas y tantas cosas por ellos, sintiéndonos bien, sintiéndonos correspondidos con sus mimos y sus abrazos y sus “mi papá es el mejor” “mamá te quiero”, que cuando aprendemos que los hijos son, eran (siempre lo fueron) del mundo y para el mundo, vivimos un duelo. Y como todos los duelos hay que elaborarlo, aceptarlo y superarlo.

Que hayamos hecho caso a nuestro cerebro cuidando y protegiendo a nuestros hijos con todo lo que estaba a nuestro alcance, “incluso dando mi vida si hubiese sido necesario”, no significa que nos pertenezcan, que seamos sus dueños. Precisamente era eso, protegerlos para que pudiesen subsistir por sí mismos y ser ellos mismos.


Veo a menudo padres sufriendo porque no entendieron ese duelo. No aprendieron que haber sido y ser buenos padres no está reñido con que los hijos vivan su vida ignorando tanto esfuerzo, tanta pasión y tanto amor que ellos pusieron para criarlos. Y se siente mal. Solos, dicen. Culpables también “no sé qué es lo que he hecho mal”.

Educar en la libertad tiene un precio: que serán más libres. Y eso incluye que al hacer uso de ella puedan decidir no coincidir contigo en tu forma de ver la vida, en tus principios y por supuesto en cómo han de satisfacer tus necesidades, incluida la del amor y cariño que dices necesitar y no tener de ellos.


Educar en valores tiene también otro precio. Que cuando quieres satisfacer la necesidad que tienes de tus hijos, ves contra qué valores atentas. No sólo les has ayudado a ser más libres, sino también más honestos, más leales, más valientes, más orgullosos de sí mismos. Y a veces, satisfacer nuestra necesidad incumplen alguno de ellos.

Educar en la opresión y dominio porque yo soy el padre, la madre, el mayor, el que aporta los recursos, también tiene otro precio. Crecen, se dan cuenta de ello y te devuelven la moneda. Tampoco satisfacen tus necesidades.

Al final, son del mundo. Y en él van a seguir (eso esperamos), cuando nosotros ya no estemos.


La confusión y el desánimo de muchos padres respecto a sus hijos tiene que ver con que los hijos no satisfacen las expectativas que los padres tenían puestas en ellos.

Ver la relación con los hijos como un derecho o como una necesidad, puede atraparnos en decisiones y acciones orientadas a satisfacer la una o la otra. Que seamos responsables de su cuidado, no nos convierte en dueños de los que son cuidados. Que dependan de nosotros para sobrevivir, haciendo tanto como hacemos para satisfacer sus necesidades, no nos da derecho a exigir que nos devuelvan el tiempo o el esfuerzo que les hemos dado (quizá mejor expresado, regalado).

En ocasiones, con ese afán de ayudar y satisfacer a nuestros hijos, les hacemos dependientes de nosotros. El miedo a que no puedan o no sepan, a que se equivoquen, a que sufran, nos lleva no solo a hacer por ellos, sino a hacer lo que le competía a ellos. De ahí que tantos padres hagan las tareas del colegio con sus hijos, las tareas y tantas otras cosas que competen a los hijos.


No es fácil el equilibrio. El equilibrio entre hacer lo que queremos por nuestros hijos y al mismo tiempo cuidarnos como principal cuidador que somos de nosotros mismos. El equilibrio entre regalar sin esperar nada a cambio y al mismo tiempo esperar que satisfagan nuestras necesidades. El equilibrio entre enseñarles a ser libres y al mismo tiempo aceptar que el ejercicio de su libertad nos da menos control sobre ellos.
Entrenarnos en ese equilibrio y aceptarnos escorados hacia un lado u otro, según los días, forma parte de nuestro éxito en la vida con nosotros y con nuestros hijos. Siendo como es una tarea compleja, es también una oportunidad de satisfacción y de complicidad preciosa y motivadora.


Y los equilibrios, como todos los equilibrios, son frágiles. Unos días más que otros. Con unos hijos más que con otros. En unos padres más que en otros. Quizá lo que más nos ayude a conseguirlo es partir de que tendemos al equilibrio y que vivir requiere hacerlo cuando estamos en equilibrio y también cuando intentamos conseguirlo o recuperarlo.

Escuchar, entender, aceptar....(sin tanto querer resolver.)... a nosotros en primer lugar. Otro día hablaremos de eso.



1 comentario:

  1. Gracias por poner este camino difícil en palabras. Estoy en ello, aunque es arduo el diario cuando ves alguno de tus hijos tan lejos de cualquier norte...

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